Demi estaba encantada de
ver su teoría confirmada, pero le molestaba que Liam estuviese hablando de Joe
delante de todo el mundo.
— ¿Qué está diciendo de Ashley
y Joe? —preguntó Cassandra entonces—. ¿Es que antes salían juntos?
Ella dejó escapar un
suspiro.
—Estuvieron prometidos
durante un tiempo.
—Ah, ahora entiendo por
qué no te hacía gracia lo del curso de esquí acuático. Pero no te preocupes, es
evidente que Joe te adora.
Demi sabía que Joe la
adoraba... como amiga. «La adoro» solía decir cuando alguien le preguntaba por
ella.
Pero no era así como
quería que la adorase.
Afortunadamente, Joe no
estaba prestando atención a las protestas de Liam porque había ido a comprobar
el estado del barco. Cuando volvió, se sentó al lado de Demi y le pasó un brazo
por los hombros.
— ¿Cuánto crees que
durarán los sándwiches?
—Hasta el desayuno
—contestó él—. Pero si no podemos poner el motor en marcha...
—Espero que no tengamos
que optar por el canibalismo. Seguro que me comerían a mí la primera —dijo Demi.
Joe soltó una carcajada—. Es verdad. Una Relaciones Públicas no vale de nada en
una isla desierta.
—Pero haces reír a la
gente y eso es muy importante. Tú vales más que la mayoría de los que estamos
aquí, pero si tuviéramos que comernos los unos a los otros yo me encargaría de
que no fueras la primera.
—Gracias —sonrió Demi,
pasándole un brazo por la cintura—. Aunque creo que el honor de ser el primero
en la olla iba a ser para Liam.
—Está asustado, como
todos nosotros.
— ¡Tú no estás asustado!
—Claro que sí.
Joe estaba asustado por Demi
y, aunque no podía hacerlo, le gustaría decirle lo importante que era para él.
Pero al menos estaban en, la isla, a salvo. Y la tenía entre sus brazos.
La tormenta pasó tan
repentinamente como había empezado. El ruido del viento y la lluvia eran
ensordecedores y, de repente, cesó como por arte de magia. Demi sé sintió
culpable por ser la única que lo lamentaba. La tormenta le había dado la
oportunidad, al menos, de estar en los brazos de Joe.
Pero no podían hacer
nada porque se había hecho de noche y tuvieron que dormir bajo el plástico,
apretados los unos contra los otros.
Por la mañana, cuando
intentó levantarse, el pie le dolía muchísimo. Se sentía mojada, sucia,
incómoda y apenas podía caminar.
El grupo estaba rodeando
al barco, donde Joe y Elvis intentaban poner el motor en marcha.
—No pueden —le explicó
Cassandra—. Menos mal que no nos comimos todos los sándwiches. ¿De verdad Joe
sabría hacer fuego?
—No lo sé. Pero sí sé
que los motores se le dan muy bien —contestó Demi.
Acababa de decirlo
cuando el motor se puso en marcha y todos empezaron a gritar, alborozados.
—Estupendo. Vamos a
desayunar y después saldremos de aquí.
Aunque la tormenta había
pasado, el mar estaba revuelto y el cielo cubierto por oscuras nubes. La
llovizna era casi más deprimente que el temporal. No hacía frío, pero todos
estaban empapados y muy nerviosos por la situación.
Ashley y Liam no se
dirigían la palabra y el ambiente era tan desagradable que cuando oyeron la
sirena de los guardacostas lanzaron gritos de júbilo. Todos subieron a bordo
del barco patrulla excepto Joe, que decidió quedarse con Elvis para volver en
el viejo cascarón.
Mientras se alejaban, Demi
lo observó ayudando al chico y se le encogió el corazón.
Con su poderoso motor,
el barco patrulla los llevó a la isla en menos de quince minutos. En el hotel
los recibieron como reyes y, después de pasar una noche al raso, las
habitaciones parecían de un lujo increíble.
Un médico que no se
parecía en absoluto a George Clooney subió a su habitación para curarle el pie
y Demi deseó, como una niña pequeña, que Joe estuviese allí para apretar su
mano. Debía dejar de ser tan patética, se dijo.
Al menos pudo darse una
ducha, la mejor de su vida. Se lavó el pelo tres veces porque lo tenía lleno de
arena y después se tumbó en la cama dispuesta a esperar a Joe.
Podía oír el ruido de la
lluvia golpeando la barandilla del balcón y las hojas de las palmeras, pero
quería esperarlo despierta. Demi esperó y esperó y, al final, se quedó medio
dormida. Por fin, cuando ya se había hecho de noche, Joe entró en la
habitación.
—Cuánto has tardado. ¿Ha
ido todo bien?
—El dueño del hotel
quería echarle una bronca a Elvis, pero creo que he podido convencerlo de que
no fue culpa suya —contestó Joe, sentándose en la cama.
Había estado horas
esperándolo y allí estaba, tan seguro y tranquilizador como siempre. Entonces
vio que llevaba una camisa de flores.
— ¿Y esa camisa?
—Como la mía estaba
rota, me han dado esta en conserjería. ¿Te gusta?
—No te pega nada.
Joe sonrió y sus ojos se
encontraron un momento, hasta que ambos apartaron la mirada.
— ¿Qué tal el pie?
—Me duele —contestó Demi—.
Me han dado tres puntos, mira.
Joe levantó el pie para
observar el vendaje.
—Debería haber insistido
en que nos quedásemos. Estaba claro que se aproximaba una tormenta. Era
demasiado peligroso para ti...
—Si era demasiado
peligroso para mí, también lo era para ti —lo interrumpió ella—. Además, sólo
es un corte. No me ha mordido un tiburón.
—Podrías haberte
ahogado. Anoche dijiste que yo no estaba asustado, pero lo estaba. Cuando te vi
desaparecer bajo el barco me llevé un susto de muerte.
Sin darse cuenta, estaba
acariciando su pierna y Demi tragó saliva.
—Sabía que tú me
salvarías.
—Ya, claro.
—No sé si habríamos
salido de esta sin ti, Joe. Los demás nos asustamos, pero tú lo tenías todo
controlado. Estoy muy orgullosa de ti, de verdad. Ahora entiendo por qué la
gente va de expedición contigo.
—Tú podrías ser mi
ayudante —sonrió él.
— ¿Yo? Pero si no sabía
qué hacer.
—Sabías por instinto
que, cuando las cosas se ponen difíciles, es necesario que alguien intente
aliviar la tensión. Sabes tranquilizar a la gente y eso es importante. En
serio, hasta he pensado en llevarte conmigo a alguna expedición. ¿Te gustaría?
—Depende. ¿Puedo
llevarme el secador? —bromeó Demi, intentando disimular la angustia que le
producía el roce de su mano.
—Puedes llevártelo. Lo
que no sé es si podrías enchufarlo.
—Y mis mejores zapatos,
claro.
—Me temo que ahí tengo
que ponerme serio. Nada de tacones en la jungla. Necesito mantener cierta autoridad
con mi equipo.
— ¿Tendría que llamarte
«señor»?
—Sólo en privado.
Los dos soltaron una
carcajada, pero cuando se miraron a los ojos la risa terminó abruptamente.
—No quiero perderte, Demi
—dijo Joe, muy serio—. Eres mi mejor amiga.
—Y tú mi mejor amigo.
—Demi...
— ¿Sí? —el corazón de Demi
latía tan fuerte que casi no podía respirar.
Joe no podía pronunciar
en palabras lo que sentía. Pero tenía que hacer algo. Lentamente, se inclinó
hacia ella dándole la oportunidad de apartarse, de bromear, de romper el
hechizo.
Pero no lo hizo. Se
quedó muy quieta, con los ojos oscurecidos por un deseo que lo atraía de forma
irremediable.
Joe se detuvo, sabiendo
que aquél era el momento o no lo sería nunca. Se miraron a los ojos y, al
final, fue Demi quien lo atrajo hacia sí. No era demasiado tarde. Podría
apartarse, podría hacer que el beso no fuera más que un roce amistoso en los
labios. Además sabía que eso era lo que debía hacer.
Pero no quería. De modo
que la besó, como había querido besarla durante tanto tiempo. Demi enredó los
brazos alrededor de su cuello, devolviendo beso por beso hasta que quedaron los
dos tumbados sobre la cama.
Perdido en su perfume, Joe
se incorporó un poco para apartar el pelo de su cara y su corazón dio un vuelco
al ver la sonrisa de Demi.
—Los amigos no hacen
estas cosas.
— ¿No?
—Normalmente, no.
—Esta noche no es normal
—dijo ella, acariciando su espalda—. Hemos sobrevivido a una tormenta en él mar
y ahora todo es distinto. Nos preocuparemos por lo que hacen los amigos cuando
todo sea normal.
—Puede que entonces sea
demasiado tarde —le advirtió Joe, pero sus caricias negaban esa advertencia.
—Lo sé —murmuró Demi—.
Pero no quiero pensar en eso ahora. No pensemos en nada.
Mucho más tarde, Joe
acariciaba suavemente el brazo de Demi. Estaba como en las nubes. Nunca había
sido así, nunca había experimentado aquella sensación de paz... mezclada con
cierta aprensión.
Nada volvería a ser lo
mismo. A partir de entonces no sería capaz de mirar a Demi como una amiga sin
recordar aquella noche en el trópico, con el sonido de la lluvia, su calor, su
dulzura y el fuego que los había consumido a los dos.
¿Cómo podían volver a
ser amigos? «Nada es normal» había dicho ella, y tenía razón. Aquello había
sido para Demi la respuesta normal ante una crisis. No iba a olvidarse de Will
tan fácilmente.
Joe se dijo a sí mismo
que debía aceptarlo y encontrar la forma de seguir siendo amigos.
—Menos mal que no
estamos a menudo en situaciones peligrosas.
Con una pierna sobre la
de Joe y los ojos cerrados, Demi se sentía como en el cielo. Casi le sorprendía
que su cuerpo no resplandeciese en la oscuridad.
No quería que aquello
terminase, pero el comentario burlón la había devuelto a la realidad. Parecía
como si todo hubiera cambiado, pero no era así. Sabía que Joe estaba pensando
en Ashley y, aunque ya no había nada entre Will y ella, eso era lo que le había
contado.
No, no era el momento de
decirle que estaba enamorada de él. Joe pensaría que sólo lo decía porque es la
clase de frase que una mujer dice cuando se acuesta con un hombre.
Pero quizá podría
decírselo cuando volviesen a Londres. No podía haberle hecho el amor de forma
tan apasionada si seguía enamorado de Ashley, pensó. Joe no era así. Por otro
lado, era un hombre. Estaba tan acostumbrada a pensar en él como amigo que a
veces olvidaba ese pequeño detalle. No, no iba a estropear el momento
habiéndole de amor. Joe tenía que descubrir que no estaba enamorado de Ashley y
entonces, quizá, podría decirle lo que sentía por él.
— ¿Es así como
reaccionas siempre ante una crisis? —intentó bromear.
—Yo no diría eso, pero
el sexo es una reacción humana muy común después de una catástrofe.
—Pero esto no ha sido
una catástrofe.
—Porque hemos tenido
suerte —sonrió Joe—. Si no hubiéramos llegado a la isla, no sé qué habría
pasado —añadió entonces, mirándola a los ojos—. ¿Esto va a cambiar las cosas
entre nosotros, Demi?
— ¿Quieres decir nuestra
amistad?
—Sí. No quiero que
afecte a nuestra amistad.
—Ni yo tampoco —dijo ella,
pasando una mano por su torso desnudo como nunca haría una amiga— Puede que
para ti no lo sea, pero yo es la primera vez que me enfrento al peligro y sigue
sin parecerme real del todo. Supongo que cuando estemos en Londres, todo me
parecerá un sueño. Quizá deberíamos verlo así.
— ¿Deberíamos fingir que
no ha pasado? —preguntó Joe.
Demi estaba segura de
que no sería capaz.
—No, más bien debemos
pensar que éste es un momento fuera del tiempo. Las reglas normales no pueden
aplicarse.
— ¿Las reglas normales?
¿Cuáles son esas reglas?
—Que somos amigos. Y la
amistad no puede confundirse con... con esto.
— ¿Con el sexo?
—preguntó Joe.
—Eso es. Mañana volvemos
a casa, a la realidad. Volveremos a ser amigos y lo de esta noche será algo que
ha pasado porque sí. Ha sido maravilloso, pero no tiene nada que ver con
nuestra realidad. ¿Lo entiendes?
—Creo que sí. Todo será
diferente mañana.
—Pero aún no es mañana
—susurró Demi.
—Eso es verdad —sonrió Joe,
besando la curva de sus hombros—. ¿Crees que deberíamos seguir aprovechándonos
de esta sensación irreal?
—Yo creo que sí —murmuró
Demi, apretándose contra él.
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