Se sentía como en los
viejos tiempos. Era sábado, iba a comer con Joe y los dos estaban relajados,
charlando y riendo como si la tensión de la noche anterior no hubiera existido.
Tanto que Demi debía recordarse a sí misma el asunto de Ashley. Pero Joe no la
había olvidado.
—He llamado a Ashley
esta mañana.
— ¿Y qué tal se lo ha
tomado?
—Bien. Le dije que tú
irías en su lugar y me ha prometido que ni ella ni Liam le dirán a nadie que no
somos una pareja. Y si ellos no dicen nada será fácil convencer a los demás.
Sólo necesitas un anillo de compromiso.
Demi se miró los dedos.
Llevaba un anillo de plata, pero nadie pensaría que era un anillo de
compromiso. Necesitaba un diamante, de mentira claro. Tenía pendientes de
fantasía y varios collares, pero...
—Yo no tengo ningún
anillo.
—Te compraré uno —dijo Joe,
levantándose—. Venga, vamos ahora mismo.
— ¡No puedes comprarme
un anillo de compromiso!
— ¿Por qué no?
—Pues... porque no me
parece bien. ¿Qué pasó con el anillo que le compraste a Ashley?
—Le he dicho que puede
quedárselo.
— ¿Y se lo ha quedado?
—preguntó Demi, indignada.
— ¿Qué iba a hacer yo
con él?
— ¡Podrías haberlo devuelto!
Joe abrió la puerta del
restaurante.
—Yo creo que eso hubiera
sido un poco mezquino, ¿no?
—No me puedo creer que Ashley
se haya quedado con el anillo después de lo que te ha hecho. Debió costarte una
fortuna... De verdad, Joe, a veces eres demasiado bueno.
—Si me hubiera tirado el
anillo a la cara hubiera sido mucho peor. Además, a Ashley le encanta ese
anillo y si quería conservar algo mío, no me importa.
Demi se mordió los
labios. No debía hablar mal de ella. Que Joe pusiera buena cara no significaba
que no le hubiese hecho daño. Quizá incluso pensaba que Ashley quería conservar
el anillo porque se acordaba de él.
Y cuando Ashley se diera
cuenta de que Joe era un hombre generoso que le había dejado darle una patada y
marcharse con un anillo que valía un dineral, seguramente se lo pensaría dos
veces.
—Comprar dos anillos me
parece tirar el dinero.
—Esta semana no voy a
pagar por nada más así que puedo considerarlo un gasto justificado ¡Y si así
consigo el contrato incluso podría deducirlo de mis impuestos! —rió Joe—. Mira,
ahí es donde compré el anillo de Ashley.
—No podemos comprarlo en
la misma joyería —protestó Demi.
No había precios en el
escaparate y eso era una mala señal. Pero él no parecía intimidado.
— ¿Por qué no?
—Puede que recuerden que
hace poco compraste otro anillo de compromiso.
—Tonterías. Venga,
vamos. Deben de tener miles de clientes, no se acordarán de mí.
—Buenas tardes —sonrió
el joyero—. Me alegro de volver a verlo, señor.
— ¿Lo ves? —murmuró Demi.
Pero Joe no parecía
arrepentido.
—Queremos ver anillos de
compromiso.
—Por supuesto. ¿Ha
pensado en algo en particular? ¿Diamantes, esmeraldas?
—No, esmeraldas no. La
última vez compramos esmeraldas —sonrió Joe—. Pero esta señorita es diferente.
¿Tienen zafiros?
—Debe de estar pensando
que eres un don Juan —murmuró Demi cuando el joyero se alejó para buscar la
bandeja de zafiros.
—No es asunto suyo. Pero
si cree que voy a venir a menudo igual me ofrece un descuento.
Demi miró, encantada, la
bandeja de anillos que el hombre colocó frente a ella.
El problema era que no
había etiquetas con los precios.
—No elijas el más
pequeño. Elige uno que te guste de verdad —dijo Joe.
—No sé... —Demi eligió
un anillo con un zafiro rodeado de diamantes.
—Pruébatelo.
—Pero es que...
—No te preocupes por el
precio. Si así te sientes mejor, lo devolveré la semana que viene.
—Sí, bueno, si tú lo
dices... Pero éste no, seguro que es demasiado caro. ¿Qué tal éste?
Por fin, eligieron un
anillo con un zafiro cuadrado que le quedaba de maravilla. Nunca había llevado
algo tan bonito y después de ponérselo no estaba segura de querer quitárselo.
Pero pensaría en ello
más tarde, se dijo. Nada había cambiado. No podía decirle a Joe lo que sentía,
pero tenían por delante una semana de vacaciones... y un anillo que brillaba
como el sol.
—Es precioso. Te aseguro
que no lo perderé.
—Por tu bien —sonrió Joe—.
Espera un momento, voy a la caja.
Demi se preguntó qué
pensaría el joyero. Seguramente, que Joe era el tipo de hombre que tenía
mujeres esperando a la cola para casarse con él. Joe, un hombre tan decente,
tan bueno. Aun así, el joyero no sabía nada y sería divertido hacerle pensar
que era un casanova.
—Eres un cielo —exclamó,
echándole los brazos al cuello—. Te daré las gracias adecuadamente cuando
lleguemos a casa.
Pero si quería que el
joyero lo envidiase no podía darle un besito en la mejilla. Entonces, sin
pensar, le dio un beso en los labios. Y no le pareció raro, ni atrevido, le
pareció completamente normal.
Joe le pasó un brazo por
la cintura. El problema fue que, una vez empezado el beso, Demi no sabía cómo
terminarlo.
Peor, no quería hacerlo.
Con un esfuerzo
sobrehumano, apartó la cara... para volver a besarlo inmediatamente. Y entonces
fue Joe quien parecía no querer apartarse.
Era como si aquellos
besos tuvieran vida propia y, de repente, se volvieron peligrosos. Demi sintió
un escalofrío de miedo. Joe debió sentir lo mismo porque levantó la cabeza.
Se miraron a los ojos
durante unos segundos, sorprendidos los dos.
—Será mejor que nos
vayamos.
El joyero, con una
sonrisa de complicidad, estaba colocando los anillos y Demi intentó recuperar
la calma. Siempre había pensado que eso de «me tiemblan las rodillas» era un
tópico, pero le estaba pasando de verdad. No sólo las rodillas, estaba
temblando de pies a cabeza.
Joe tomó su brazo para
llevarla hacia la puerta y una vez fuera de la joyería la soltó abruptamente.
****
TE
IMPORTARÍA decirme qué ha pasado —le espetó, una vez en la calle. Y Demi notó,
irritada, que Joe parecía muy tranquilo.
—Sólo era una broma —contestó,
pero la voz le había salido temblorosa.
Le contó a Joe su plan
para impresionar al joyero, pero sonó a estupidez, a cosa de niños.
—No quiero que pienses
que no te lo agradezco, pero ya le había contado yo la verdad.
— ¿Qué?
—Me imaginé lo que estaba
pensando y no quería dar la imagen de un casanova.
—Qué típico de ti. Pues
debe haber pensado que yo era una idiota.
—No lo creo. Además,
ahora soy su cliente favorito. No sólo le compro joyas, además le doy
espectáculo gratuito—rió él.
Qué humillante. Demi
intentó sentirse ofendida, pero con Joe era difícil. Y era más fácil tratar el
incidente como una broma, sobre todo después de aquellos besos...
Debía tener cuidado, se
dijo. Seguramente había revelado más mientras lo besaba de lo que debería.
Lo último que deseaba
era que Joe pensara que quería ocupar el sitio de Ashley. No quería ser una
segundona. No, ella quería ser la niña de sus ojos, lo más importante para él.
Quería que la quisiera y la necesitara, quería ser la persona que hiciera su
vida completa. Que reconociese, como ella, que había estado buscándola siempre
sin saberlo.
Pero Joe tenía que
descubrir eso por sí mismo. Mientras tanto, debía ser paciente. Y tener mucho
cuidado.
— ¿Te das cuenta de que
sólo va a ser una semana? —exclamó Joe al ver su maleta el lunes por la mañana.
Demi miró su bolsa de
viaje.
— ¿Y tú te das cuenta de
que vamos a estar fuera más de media hora?
—Niños, niños, no os
peleéis —rió Miley, cerrando el maletero del coche en el aparcamiento del
aeropuerto—. Que lo paséis bien. Todos esperamos que sigáis la tradición y que
vuestro falso compromiso se convierta en uno de verdad —añadió, besándolos a
los dos.
—No lo creo. Sólo tienes
que comparar lo que Demi y yo consideramos imprescindible para pasar una semana
y verás que somos incompatibles.
—En el amor hay cosas
más importantes que el equipaje, hombre —dijo Miley.
Después, entró en el
coche y se alejó dejándolos con sus respectivas maletas frente a la terminal.
—Está convencida de que
acabaremos como Selena y ella —suspiró Demi—. Y me alegro que le hayas
recordado lo de las incompatibilidades.
—No creo que eso les
importe mucho.
—No, pero se darán
cuenta de que es una bobada cuando volvamos de las Seychelles y sigamos como
siempre.
—Ya, claro —murmuró Joe.
El único problema era
que ya no recordaba cómo eran las cosas antes. El beso en la joyería lo había
trastocado todo. ¿Cómo iba a recordarlo después de dormir con Demi?
No estaba preparado para
besarla, ni para lo que sintió entonces. Aún recordaba el calor de su cuerpo,
el sabor de sus labios... Pero estaba claro que era sólo una broma, que no lo
había hecho en serio y él debía hacer lo mismo.
Después de todo, Demi no
era una misteriosa y extraña seductora, era su amiga.
La miró entonces, y vio
su carita roja de frío, el viento moviendo su pelo... Sí, era su amiga Demi.
Como siempre vestida de forma inadecuada. Llevaba un vestido precioso, pero
sólo con un ligero cárdigan para protegerla del frío y unas sandalias de tacón.
¡Unas sandalias de tacón!
Durante aquellos años,
los zapatos de Demi se habían convertido en una broma entre sus amigos, pero
aquellas sandalias de tacón de aguja eran el colmo.
Ashley nunca subiría a
un avión con sandalias de tacón porque cuando se le hincharan los pies de estar
inmóvil no sería capaz de caminar. Pero Demi estaba preciosa con sus largas
piernas, sus ojos azules rodeados de pestañas oscuras...
Joe tuvo que apartar la
mirada. Siempre había sido guapa, pero era absurdo pensar en ello. Demi era su
mejor amiga. No podía haber malentendidos.
—Vamos —dijo tomando la
pesada maleta—. Por Dios bendito, ¿qué llevas aquí?
—Un par de cositas.
— ¿Un par de cositas?
Pero si sólo vas a tumbarte en la playa. Además de unos biquinis y una toalla,
¿qué más podrías necesitar?
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